Hay
mucha gente que piensa que la democracia podría funcionar sin partidos
políticos y serían las plataformas
sociales y ciudadanas las que gestionarían los asuntos públicos. Idea peligrosa
que abre la puerta a todo tipo de demagogias y populismos rampantes. La
cuestión importante que aquí se plantea no es tanto la desafección política que
hay detrás de esa creencia, lo que puede tener su lógica, como el
cuestionamiento de la imprescindibilidad de los partidos, lo que abre una
espita peligrosa.
El
desprestigio de los partidos políticos es algo que se detecta desde hace bastantes
años y que se ha incrementado por su escaso papel en la crisis que comienza en
2008 y no sabemos cuándo finalizará. Si añadimos que la corrupción que se ha
adueñado de todos los sectores (no solo del político), incrementada por la
percepción ciudadana desde su propia situación de precariedad y/o expectativas
fallidas, nos hallamos ante un dilema difícil de solucionar.
No
obstante, es importante recordar que en los últimos doscientos años (modernidad
y contemporaneidad) no ha habido democracias sin partidos políticos ni
sindicatos de trabajadores. Por lo que es una tesis difícil de mantener la de dejar
a los partidos fuera de la gestión de los asuntos públicos. No quiere esto
decir que los partidos sean los únicos actores de tal encomienda, pero sí que
son los más idóneos en las democracias representativas, pues la
democracia directa, incluso hoy con toda la potencia cibernética a su alcance,
no es capaz de armonizar los intereses de millones de ciudadanos y sus
necesidades.
No nos
debe extrañar, pues, la desafección política ciudadana hacia unos
representantes que “no pueden cambiar el orden de las acontecimientos”. Los
movimientos extrapolíticos (15-M y las mareas de todos los colores) no vienen
de la nada sino que son manifestaciones lógicas de una sociedad frustrada y
desencantada de sus representantes políticos. Si esta escisión aumentara y se
consolidara desaparecería la política, el más hermoso y digno de los saberes
humanos. Y si nos instalamos en este nihilismo político, estamos abocados a una
situación de suma gravedad, porque no existe alternativa al sistema de
representación política, salvo utopías trascendentales. La alternativa, como
siempre ha sucedido en los avances históricos, consiste en síntesis audaces e
inteligentes entre la frescura de los movimientos sociales y la estructura de
las organizaciones políticas. Por lo tanto, la alternativa sigue siendo
política, pero una nueva política donde la conexión de la representación
política con la sociedad se refuerce en grado sumo, de manera que la soberanía
popular nunca pierda la consciencia de que es ella el origen del poder, y
siempre la detentadora de ese poder. El partido político cuyo armazón
programático fuese éste y estuviese encarnado en personas con credibilidad para
ejercerlo, se convertiría en el eje articulador del sistema.
Lo que
parece imposible es que los movimientos sociales o ciudadanos se basten solos
para generar esos cambios. Tradicionalmente, estos movimientos se orientan hacia metas concretas (ecología,
feminismo, movimientos sociales varios…), pero no elaboran un proyecto global de
sociedad y suelen rechazar los elementos organizativos de tipo estructural, más
propios de los partidos políticos. No
obstante, la sociedad siempre necesitará mediadores estables que articulen las
demandas ciudadanas.
Es
evidente que la democracia española requiere reformas importantes. Y no solo
constitucionales. Más aún, hay una serie
de aspectos tan urgentes que no necesitarían de modificación constitucional y
que deberían ser previos. Por ejemplo, una mayor separación de poderes, que se
conseguiría modificando el mecanismo de elección de jueces y fiscales, sin
cooptación por parte de los partidos políticos. Lo mismo puede decirse de otros
organismos vigilantes de cuentas y acuerdos públicos. Y lo mismo respecto de la
normativa electoral, manifiestamente mejorable. En definitiva, se trata de
profundizar en una transparencia real de las instituciones y las organizaciones
públicas y en la participación ciudadana respecto de las decisiones
institucionales y públicas. La trasparencia y la participación deben darse
tanto en los partidos como en los movimientos sociales.
Conclusión:
los partidos políticos son organizaciones imprescindibles en la organización de
una sociedad compleja y de masas, pues, junto a su estructura estable y
organizada, posee una determinada visión del mundo y un proyecto global para la
sociedad en la que actúa. Lo que no
evita la existencia de los movimientos sociales, pues en una sociedad moderna debe
haber espacio para ambos, y canales de comunicación entre unos y otros. Se
trata de sumar y no de restar. Nos falta cultura interactiva pero todo es
cuestión de voluntad y práctica.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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