Lo que sucedió el
sábado último (1-10-16) en el CF del PSOE fue un final anunciado, dados los
intereses en juego, y que pasan por el interior del PSOE, ya que es el partido
que mantiene el equilibrio español entre los intereses y estrategias nacionales
e internacionales. Sería ridículo realizar un análisis de los hechos y gestos
ocurridos sin elevarse a los hilos que posibilitaron el bochornoso espectáculo
que dieron los miembros del CF socialista. El profundo sentido de la trama hay
que analizarlo desde fuera y desde arriba. Un partido importante de un país
importante es mucho más que una multinacional importante. Y desde esa
perspectiva Sánchez era peligroso.
El capricho de los
barones regionales en aupar a Pedro Sánchez a la Secretaría General, frente a
Eduardo Madina, más la independencia que Sánchez intentó frente a sus padrinos,
hizo que, en dos años, la brecha entre uno y otros llegase a ser abismal y
peligrosa para los intereses de mucha gente y muchas organizaciones. Sánchez se
creyó que era el jefe real del PSOE y que la militancia socialista le daba bula
para una actuación política independiente de la estructura territorial,
auténtica detentadora del poder orgánico e institucional socialista. Por
cierto, que las primarias que coronaron a Sánchez fueron auspiciadas y
teledirigidas por los aparatos regionales que luego lo destronaron. Magnífica
visión de futuro.
La cuestión que se
dilucidaba en primera instancia era la posibilidad de un gobierno alternativo a
Rajoy con PSOE, Podemos y los partidos nacionalistas. Postura trabajada por
Sánchez y que era más viable de lo que parecía. Frente a la abstención
socialista (con condiciones o gratis, dependería del momento), que defendían
los barones regionales, y que daría el gobierno a Rajoy y/o el PP. La amenaza
de Sánchez de que fuera la militancia la que decidiese y la celebración de un
congreso exprés, previas unas elecciones primarias para elegir un nuevo
Secretario General, desató la tempestad que acabó como todos sabemos.
A partir de aquí,
surgen muchas cuestiones como hipótesis de causas y consecuencias, pues en muy
poco tiempo han sucedido muchas cosas, aparentemente desconectadas pero con una
fuerte relación entre sí. Por ejemplo, el papel del diario El País, auténtico
intelectual orgánico de la Transición, con su nuevo director (Caño) al frente,
con Cebrián de mandarín, y con Felipe González y Rubalcaba de editorialistas.
Este diario ha sido el auténtico ariete que desarboló las defensas sanchistas.
Y la queja felipista de “Sánchez me ha engañado” fue el toque de corneta para
el último ataque. La columna Andalucía hizo su papel de abanderada, y los demás
se dejaron ver. Un personaje que ha tenido un papel original ha sido Borrell,
que ha dicho algunas cosas elementales pero ciertas, acostumbrados al lenguaje críptico
u obvio que usan los políticos. Por ejemplo, que si los dos partidos de izquierda no se entienden, el PP gobernará
eternamente. Elemental. Que se puede y hay que hablar con los nacionalistas.
Lógico y conveniente. Otra cosa muy distinta es qué pactas, pero hablar,
siempre se ha hablado y se debe seguir hablando.
¿Qué se debe deducir de
todo esto? Si ha habido un partido que se alegre del espectáculo socialista es
el PP. Otro que se alegra aún más es Podemos. Ambos por razones claras de
rivalidad. El PSOE debe pensar muy bien los pasos que da, pues todo tiene
consecuencias. Las consecuencias las suele analizar la ética de la
responsabilidad o ética de las consecuencias. No así la ética de las
convicciones, más épica y atractiva para las bases. Para cuestiones complejas (y
la política siempre lo es) el análisis simple no sirve. En segundo lugar, el
PSOE debe interiorizar de una vez para siempre que se ha quedado obsoleto, que ha
reducido significativamente su voto cualitativo urbano y joven, que debe seleccionar
mucho mejor a su personal político y directivo, que la dimensión orgánica no es
un fin sino un instrumento al servicio de las instituciones, por lo que la
separación de ambas dimensiones es muy recomendable. Otra cuestión a repensar
son las primarias, que no casan bien con la estructura orgánica que tiene el
PSOE. Son bonitas para un discurso pero nada prácticas para elegir líderes. Las
bases, como la opinión pública, son fácilmente manipulables.
La Gestora, aunque
provisional y configurada por los intereses de los vencedores, debería tomarse
el tiempo que hiciese falta y que, una vez que haya decidido su papel a jugar
en la hipotética nueva investidura, prepare con tiempo y con ideas y con gentes
nuevas un congreso que marque la nueva dirección del PSOE, sin prisas histéricas ni urgencias
electorales. De lo contrario, no le arriendo las ganancias.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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