Con
tantas elecciones nacionales, hemos vuelto a perder el hilo con Europa, donde
sigue estando la solución a casi todos nuestros problemas. Si ya las elecciones
generales no tienen mucho sentido ni mucho margen de maniobra si no es desde la
perspectiva europea, las autonómicas y municipales casi son juegos de
entretenimiento. Sin embargo, cuánta pasión y qué entretenidos andamos haciendo
cábalas con las prospecciones matemáticas tras las elecciones.
No
se trata de menospreciar nuestras elecciones más cercanas y más entrañables,
sino de elevar la vista a una perspectiva más global y más incidente en nuestro
modelo de vida y de sociedad. Y, por descontado, dar a cada una la importancia
que tiene, que en todos los casos es mucha.
Hoy
en Europa está vigente la filosofía neoliberal con sus características de
individualismo frente a sociedad, desigualdad frente a dignidad y capitalismo
de mercado frente a una redistribución más justa entre las rentas del capital y
las del trabajo. Muy lejos ya de aquel capitalismo social que fue la
socialdemocracia, que intentaba neutralizar la influencia del comunismo y que
finalizó en 1989 con el colapso comunista de la URSS. Entonces había un mayor
equilibrio entre riqueza y pobreza, mientras que la actualidad de capitalismo
duro y de referencia única nos arrastra a una competitividad de bolsas y
mercados que imposibilita una mínima redistribución que pueda llamarse
democracia.
Por
esta razón, las elecciones puramente nacionales, regionales o locales cada día
tienen un sentido más relativo si no nos situamos en una perspectiva plenamente
europea que posibilite una mejor redistribución de la riqueza y en la que la
referencia de Desarrollo Humano sustituya a la competitividad de los mercados y
donde lo pequeño vuelva a ser hermoso, sin que ello neutralice las ventajas
humanas y económicas que puede tener una globalización con rostro humano.
Es
aquí donde adquiere sentido la diferencia entre derecha e izquierda, aunque la
derecha parece tener todo claro mientras la izquierda parece reinventarse cada
día. Los discursos entre derecha e izquierda se parecen cada vez más a un
diálogo de sordos donde las palabras solo tienen el significado que les da el
que manda. La austeridad forzosa que hoy nos predican los poderes públicos no
tiene nada que ver con esa austeridad ética y estética de hace ya mucho tiempo,
que se basaba en la dignidad de la persona y era el resultado de una educación
individual y social. Esa estética y ética eran todo un estilo de vida.
Actualmente,
Europa ha dejado de ser un proyecto socialdemócrata y se ha transformado en un
modelo de capitalismo duro donde lo macro se impone a lo micro y donde unas
economías (las del norte de Europa) se nutren de las miserias de los países del
sur de Europa. Y si esto sucede en
Europa qué no sucederá en los denominados países subdesarrollados, que solo
sirven para ser expoliados y para consumir los excedentes bélicos de los países
ricos, que se usan en guerras locales sin sentido y que constituyen el
contrapeso y el precio de la paz de los países desarrollados. Luego nos
quejamos de los actos terroristas puntuales, nunca justificables aunque sí “explicables”
en un contexto mundial de gran injusticia y desigualdad.
Es
en este contexto donde la nueva izquierda debe elaborar su nuevo discurso
conceptual y su praxis política. Estamos viendo que las nuevas y recién
aparecidas políticas españolas redescubren la socialdemocracia como el mejor instrumento
para conseguir una mayoría social democrática, lejos de izquierdismos tan
estériles como antiguos y que repelen a esas mayorías sociales, preñadas de
modernidad pero sin medios para su desarrollo.
Estamos
asistiendo a un espectáculo en el que gobiernos socialdemócratas europeos están
apuntalando un modelo neoliberal, cuya desigualdad e injusticia son cada día
mayores. Y donde la mediocridad y la corrupción campan a sus anchas sin
distinguir entre modelos ni sistemas. Todos parecen intercambiables: la trama
Gurtel se mezcla con los ERES andaluces y el confusionismo es tal que la gente
sencilla es susceptible de ser vilmente engañada por cualquier recurso
dialéctico con una mínima y aparente chispa de novedad. Nos fijamos en detalles
puramente anecdóticos y formales y nos cuelan logros macroestadísticos del más
duro capitalismo financiero que vive gracias a un método parasitario y
vampírico que se nutre de los déficits sociales y públicos. Y no solamente es
la economía la que se ve negativamente afectada sino la misma democracia a la
que empiezan a fallarle los mínimos cuantitativos y cualitativos de tal
concepto. La socialdemocracia actual es
inexistente en sus grandes principios, a los que tiene que volver si queremos
que el proyecto europeo no se nos vaya de las manos definitivamente.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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